Una
anomalía ha alterado las estadísticas de comportamiento social
entre los bibliófilos. Estos suelen ser seres huraños,
ensimismados, con aspecto de perro trufero de tanto olisquear entre
baldas, estantes y anaqueles pletóricos de polvo. Acostumbran,
además, ser altamente misóginos, apartados de la sociedad como osos
machos que ni siquiera se aparean una vez al año. Y todo esto ha
mutado degenerando en actitudes patibularias y hasta se diría que
fachendosas.
El
descubrimiento de una Biblia inglesa publicada en 1631 es el motivo
de esta monstruosidad. Sabido es que los cajistas cometían errores,
pero lo descubierto por esos chismosos del mundo del papel
encuadernado ¿será un error o es un error lo que divulga el resto
de las Biblias? Desde que algunos iniciados descubrieron esa edición
y ya en este siglo se vulgarizó el hallazgo, pues también es sabido
que quien tiene la información tiene el poder, como aseguró otro
inglés, un ataque de priapismo se ha generado entre ese colectivo,
alejándolos de los polvorientos tabucos que acostumbraban visitar
hacia las amables casas de lenocinio donde generosas damas y hasta
damiselas de formas abundantes o de finas sinuosidades los acogen con
afecto, desviando aquellos fondos que absurdamente se gastaban en
adquirir un tratado de ornitomancia del siglo XIII o una colección
de sermones de un relajado de la Inquisición que demostraba cómo
para comprobar la virginidad de las candidatas al claustro, lo mejor
era catarlas.
Sin
más preámbulos, pues estos pueden ser farragosos aunque no sea esta
la intención de quien escribe, y aun siéndolo, diremos que en esa
Biblia publicada en 1631 olvidaron un not,
y en el mandamiento pertinente, y así dice: Thou
shalt commit adultery,
que traducido a román paladino quiere decir Cometerás adulterio.
Figúrense nuestros lectores las consecuencias que tal mandamiento
puede traer de extenderse el discernimiento de la veraz existencia de
ese volumen. ¿Vendrá de ahí la manifiesta frigidez de los hijos de
la Gran Bretaña? De ser así, demostraríase que todo aquello que se
prohíbe se desea, y todo aquello que se ordena se odia. Es nuestro
deber, pues, agradecer el coñazo que nos dio durante 40 años el
nacionalcatolicismo con la versión incorrecta de ese mandamiento, es
decir el No cometerás adulterio, a consecuencia de lo cual tanto
gustirrinín habemos en practicarlo por vías correctas, dicho de
otra forma, en vaso idóneo, parafraseando a Torrente Ballester, o
nefandas.
Michael Arnajodinski
¿Deberíamos cumplir estrictamente con ese mandamiento?
ResponderEliminar