Los
sábados suelo levantarme temprano para salir a la calle con los
perros. El pasado viernes 2 de febrero, en la página web del
instituto nacional de meteorología comprobé que, el sábado,
empezaría a llover (lluvia débil) a partir de las nueve AM.
Previendo
tal acontecimiento, procuré estar en la calle con los perros más o
menos a las ocho y media de la mañana. Cuál sería mi sorpresa
cuando comprobé que, a las nueve en punto, empezaba a llover
(débilmente) como se había anunciado.
Ante
tal muestra de puntualidad, no pude por menos que exclamar -para mis
adentros, eso sí- ¡Esta lluvia no es de aquí!
Y
no era baladí tal pensamiento, dado que en estos lares eso de la
puntualidad es tenida como cosa helvética o prusiana. Aquí nada
empieza a la hora prevista. De tal manera que, si uno acude a cenar a
casa de unos amigos a la hora convenida, es normal encontrar al
cocinero pelando patatas o, incluso, eligiendo al pavo que habría
que sacrificar. Eso de que llueva a la hora prevista, solo puede
obedecer a la proliferación de estudiantes europeos que aprovechan
las becas Erasmus para contagiarnos cosas tan desconocidas para el
hispano medio como la "formalidad". Algunos, eso sí, se
van de aquí con la siesta bien aprendida y llegando tarde (o no llegando) a todas
partes.
El
domingo siguiente (4 de febrero), había una predicción de tiempo nuboso,
temperaturas frías y algunas rachas de viento. Por la noche, como
todos saben, empezó a nevar de manera copiosa, acumulando capas de
hasta un palmo sobre el capó de los coches. Los tejados amanecieron
blanqueados el lunes ante el embeleso de los turistas. Les cogió por
sorpresa, por aquello de que los turistas suelen ser de fuera y no tienen costumbre de improvisar. A los
de aquí, nos encantó, pero no nos sorprendió. Por qué; porque una
nevada imprevista y a deshora es cosa muy española. La nieve, como
buena paisana, se pone a caer cuando le viene en gana. Faltaría más.
Esta
nieve sí que es de aquí.