jueves, 30 de marzo de 2017

OTRA MANO DE PINTURA

El conocido maestre pataphysico polaco Michael Kabalansky, nos ha sorprendido a todos con una curiosa costumbre; a saber: todos los años hace que le pinten las paredes interiores de su residencia palaciega. La afición de Kabalansky por añadir manos de pintura al interior de su morada se remonta a días pretéritos que se pierden en la noche de los tiempos. Es por eso que ni los allegados más íntimos sabrían precisar con exactitud cuantas manos de pintura albergan ya las paredes de sus salones, baños, recibidores, comedores, dormitorios, bibliotecas y trasteros. Algunos hablan de más de cincuenta años de coloreo sobre blanqueo y blanqueo sobre coloreo. Cifra nada baladí, sobre todo para hacerse una idea de lo remoto que resultaría hacer memoria sobre el color original de las paredes. Puede, incluso, que en su origen, las paredes de la mansión de Kabalansky albergaran hermosos frescos holandeses del siglo XVIII, con paisajes boscosos, enhiestos molinos de viento y cielos plomizos, al estilo Ruisdael. Hasta es posible que en los anchos pasillos figurasen cien mil soldados en formación, como los de la batalla de La Higueruela. Claro que, de haber sido así, vaya usted a saber cuantas manos de pintura plástica tendrán ahora por encima las huestes castellanas de Don Alvaro de Luna.
Son pocos los que ven como algo normal la costumbre de pasar el rodillo año tras año, sin perdonar una sola temporada. A los demás nos queda preguntarnos la razón de tan pinturera costumbre.
Cada uno tendrá sus teorías y cada cual hará sus cábalas -con permiso del morador de la morada- por aquello de dar sentido a lo ininteligible. Habría que anotar, eso sí, que la teoría más plausible en estos últimos años es aquella que atañe al origen polaco de Michael Kabalansky. Se trataría pues de un ingenioso plan de ahorro de electricidad y gasoleo, mediante el añadido gradual de capas de pintura, circunstancia que -habida cuenta la contumacia de los artistas de brocha gorda- provocaría un ensanchamiento de las paredes y la consiguiente merma en el espacio interior. De esta manera, año tras año, lustro tras lustro, los metros cúbicos de la casa han ido decreciendo, lo cual vendría a suponer un ahorro tanto en calefacción como en aire acondicionado. 
He aquí la explicación más lógica a la obsesión por añadir capas cromadas a las paredes de nuestro insigne Kabalansky. Podríase afirmar que el plan de ahorro es astuto y taimado, de no ser porque la progresión al alza de las facturas de combustible y electricidad suele ser geométrica mientras que el incremento del espesor de los tabiques no alcanza ni siquiera el grado de aritmético. 

Fdo. Isidoro Capdepón

 
Respecto a lo que decís sobre la progresiva disminución del espacio físico en la casa de Michael Kabalansky, puedo aseguraros, pues lo he visto, que el tal polaco anda por sus habitaciones, que ya no son estancias, de lado. Por no hablar de cuando ingresa en el excusado u retrete para hacer necesidad, es decir, para la necesidad de mear o cagar, pues el techo del baño ha descendido tanto que es obligado que la cabeza le toque los pies, lo que, sin lugar a dudas, facilita el tránsito.
Otrosí: los frescos holandeses no son tales sino imitaciones de cierto pintorzuelo de Purullena. Los holandeses se negaban a viajar a la península ibérica después de los desaguisados de don Juan de Austria. Rencorosos ellos. Y debo aclarar asimismo, pues lo vi con estos ojos que se ha de comer el crematorio a 3000 grados celsius, que los soldados de los que habláis no eran tales sino alegres mariquitas travestidos de lagarteranas y con ropa interior de blonda holandesa, de ahí el error de atribuir a habitantes de los Países Bajos la autoría de los frescos. Por cierto, eso de fresco lo será vuesa merced.

T.H. Agapito


Déjenme añadir que yo tuve la oportunidad de hacer una chapuza en la villa palaciega del tal Kabalansky, y que, a fe mía que el espesor de aquellas pinturas era tal que, para clavar un cuadro, hubimos de usar una broca de 1,50 cm de largo, habida cuenta que, por más que perforábamos, no alcanzábamos a llegar al ladrillo. 
No quiero ni pensar en la clase de trincheras que habría que cavar para abrir rozas, en caso de hacer una nueva instalación eléctrica. Mucho me temo que el electricista le clavaría un plus de profundidad por la faena. 
Se cuenta que, la esposa de Michael Kabalansky, tuvo que hacer un regimen de adelgazamiento para poder subir por las escaleras hasta el dormitorio. 
Hasta el cartero ha exigido que la ranura del buzón sea colocada en sentido vertical, ya que las cartas no entran por la raja (con perdón) horizontal. 
Conste aquí, para paliar el torpe olvido de don I. Capdepón, que la piscina de Kabalansky, que antes debía consumir once metros cúbicos de agua para llenarse, ahora se basta con ochenta y cinco centímetros cúbicos para tales menesteres. Con eso basta para remojar el horquete en las noches caniculares.

Estulticios Karataunas

3 comentarios:

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  2. Oye, lo mismo pensé yo en mi casa, muy vieja, de Guadix, pero con respecto al peso: si cada año añadimos 60 kgs de pintura al temple, al cabo de diez años, ¿cuánto peso hemos añadido? ¿Aguantará la estructura? ¿Y los cimientos? Procuraba caminar con suavidad y miraba con preocupación las estanterías llenas de libros. Y minerales.

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  3. Alguien me dijo que, hace poco, se derrumbó una casa en Guadix por causas desconocidas. Va a ser que la pintabas todos los años y...

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